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Caladora junio 2, 2011

Posted by Marta in Bilbao.
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Al volver del colegio, Iker deja en el suelo de la cocina una mochila que es más grande que él.

– Amatxu, mañana tenemos que llevar a clase una flor y una caladora 

Ella, como buena madre que es, asiente con firmeza – Muy bien, hijo – sabiendo las malas pasadas que le suele jugar la lengua de trapo del niño.

Sabe disimular, entre otras muchas cosas, el desconcierto: encontrar una “caladora” en menos de dieciocho horas no será tarea fácil sobre todo porque, primero, tiene que descubrir de qué se trata exactamente. Pero se sorprende a sí misma adivinando que, lo que en realidad ha de llevar, es una regadera. – Claro, para regar la flor.

Iker es un chico muy listo y aplicado: mientras mamá le resuelve el encargo, merienda y se sienta a hacer los deberes junto a su hermano mayor. El pequeño es muy pequeño para ir al cole, Iker siempre lo piensa. Seguro que todo el mundo se metería con él y le robarían el estuche y los cuadernos. Pero es que se pasa todo el día correteando por casa, o en el parque ¡y sólo duerme, juega y come! ¡Pero qué morro, joé!

Mientras, su madre va a la floristería de la esquina y elige concienzudamente. – El girasol es precioso pero cuesta dos euros y total, va a cascarlo antes de llegar a la parada del autobús. Finalmente, se decanta por una margarita enorme, cabezona y muy graciosa, que parece estuviera llamando -entre las demás- su atención desde el jarrón de un estante.

Cuando vuelve a casa, coloca la margarita en un frasco con agua pero ya no le parece tan sabia la deducción sobre la regadera.    – Si les hubieran pedido que llevaran una planta, todavía tendría sentido pero… ¿una regadera para cuidar de una simple flor? No puede ser.

Se sienta en el sofá con una revista, esperando a que llegue su marido. En su cabeza, da vueltas una sola palabra: caladora, caladora, caladora, caladora, caladora… De pronto, un cuaderno de lengua aparece sobre su revista. Iker quiere que le corrija los ejercicios de caligrafía: una caligrafía torpe, encajada en cuadrículas, que copia diez veces una frase absurda. Al momento, otro cuaderno; esta vez, de matemáticas: es Jon, el mayor, que también pretende que le eche un vistazo a las restas con llevadas.

En ese instante, una luz repentina:

– Iker, además de la flor, tenías que llevar una calculadora ¿verdad?

– Sí, eso te he dicho ama, una cal-cu-la-do-ra ¿o es que no me has escuchado?

[ A Bego y Emilio ]

Siempre. Nunca. abril 14, 2011

Posted by Marta in Saco sin fondo.
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Una tarde bonita, él le juró que «para siempre». Pero pasó mucho tiempo y nada más. Cuando ella se cansó de esperar, buscó el significado en el diccionario, por si acaso no lo entendía bien.


siempre.

(Del lat. semper)


Leyó todas las acepciones y después, las locuciones.


para ~.

1. loc. adv. Por todo tiempo o por tiempo indefinido.


En ese momento fue cuando supuso que quizá tenía que haberle preguntado antes; cuando pensó que tal vez había precipitado la conclusión y ésta era errónea.


Pasó las páginas con cierta ansiedad.


indefinido, da.

(Del lat. indefinītus).

1. adj. No definido.

2. adj. Que no tiene término señalado o conocido.


Hasta entonces, “por todo tiempo” era la única explicación que “para siempre” tenía en su cabeza. O ¿acaso en su corazón?


Cerró el grueso tomo con un golpe seco y dejó caer su cuerpo menudo en el sillón. Se vio como una traidora de sí misma, como una engañadora. “Por tiempo indefinido”. Ésa era la explicación: “que no tiene término señalado o conocido”. No señalado o desconocido pero… que lo tiene o puede tenerlo.


Y ahí estaba el término, paseándose delante de sus ojos; pavoneándose -casi lo aventuraría-, con sonrisa maliciosa y mirada altiva. Escondió la cara entre las manos y se prometió que nunca, nunca volvería a ser tan estúpida.


Para quedarse tranquila, volvió una vez más al diccionario:


nunca.

(Del lat. nunquam).

1. adv. t. En ningún tiempo.

2. adv. t. Ninguna vez.


En esta ocasión había dado con la palabra exacta. Nunca. En ningún tiempo. Ninguna vez.


Primavera marzo 28, 2011

Posted by Marta in La vida misma.
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Que ya es primavera. Que lo dice el calendario. Aunque el cielo remolonee con una tonta prolongación del invierno porque no deja que las temperaturas suban y porque todavía está empeñado en vestir de nubes negras, que descargan tres o cuatro veces al día empapándonos desde la cabeza hasta los pies, pasando por el ánimo.


Pero ya hemos adelantado el reloj y, arrastrando el sueño de esa hora que ni dormimos ni vivimos, estrenamos con paso lento la estación de las flores, la alergia al polen y la sangre alterada. El prólogo del verano que nos hace sonreír y soñar con aventuras al aire libre porque ya ha pasado la temporada de estar a cubierto y no apetece ni la manta en el sofá ni la bufanda enroscada al cuello.


Los escaparates están llenos de color y nos tientan con ropa ligera. Hay quien sucumbe a la seducción de la moda y, a pesar de que los grados sigan siendo escasos, en las mangas -sobre todo en las mangas de las chicas- se refleja las prueba indudable de que los anhelos de calor desafían al obediente termómetro que sólo marca lo que el mercurio le ordena: en cuanto brilla un rayo de sol, la tela se reduce de la manga larga, a la francesa y de la corta, a los tirantes.


Empieza el tiempo de vivir hacia fuera. De abrir las ventanas de par en par, cada mañana. De aguardar, durante la jornada, el momento de acampar en las terrazas, a la salida del trabajo. El tiempo de planear los fines de semana sin abrigo ni paraguas. De las calles ruidosas, de las risas más cálidas, de las miradas brillantes. El tiempo de las ganas de todo, de la ilusión por montera, de las siluetas erguidas y la voz en cuello.


Los niños sueñan con vacaciones y el parque se vacía más tarde. En el andén de la estación, a la sombra de la selectividad o de los exámenes finales, los estudiantes dan las últimas caladas al instituto o a la universidad.


Se organizan tertulias familiares en los balcones y todo se bebe más fresquito. La pereza tiene menos sitio, las caderas marcan el ritmo de la rutina con salero y la brisa juguetona nos enreda el pelo sin que nos importe mucho.


Una primavera más, un paso adelante en la vida. El tiempo impide anclarnos en el ayer, ni siquiera permite que nos quedemos hoy. Pero todo se ve de otro color con el cielo claro y los días largos: a las puertas de abril, un tobogán hacia el verano, para cargar con fuerza contra los desafíos desde ahora y hasta entonces.


Corbata roja marzo 17, 2011

Posted by Marta in La toga como disfraz.
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Telefoneo un par de veces al testigo para hablar con él antes del juicio pero no descuelga. Me llama un rato después disculpándose por no haberme atendido:


– Perdona, estaba en el campo de tiro


Nadie, hasta ahora, me había dicho en la vida que no podía coger el teléfono por estar practicando “en el campo de tiro”. La circunstancia me cohíbe un poco pero le pregunto las cuestiones que me interesan para la vista, me responde amablemente y quedamos en el Juzgado treinta minutos antes del señalamiento.


– Me reconocerás fácilmente: llevo corbata roja y… -me resultan algo embarazosas estas situaciones: “llevo corbata roja” suena irremediablemente a “cita a ciegas”-. Llevo corbata roja y mido dos metros.


Me río: el dato de la corbata es absolutamente circunstancial y… prescindible. Pienso que tendrá que esperarme mirando al suelo si pretende ver mi metro sesenta justo.


A la hora en punto está allí. Y no se ha dejado en casa ni un solo centímetro de sus doscientos.


Las cosas marchan razonablemente bien, le doy las gracias por haber asistido y nos despedimos. Al salir a la calle, llueve a mares y sopla un viento tan fuerte que opto por mantener el paraguas cerrado: sin él, corro el riesgo de mojarme y salir volando pero temo que, si lo abro, pueda convertirme en la nueva Mary Poppins.


Las gaviotas sobrevuelan la ciudad. Es lo que ocurre siempre que hay temporal en la mar. No pueden posarse en el agua agitada, se aburren mirando desde el espigón del puerto, les resultan incómodos los mástiles de los veleros sacudidos por el vendaval y, por vigorosas que sean, las corrientes de aire desvían el rumbo de su vuelo. Aquí estamos más a resguardo, por eso se acercan. Se les oye gritar y se les ve, muy dignas, tiesas sobre las farolas o en alguna azotea.


En cambio, lo que a mí de verdad me gustaría es escaparme a la playa para escuchar el ruido de las olas porque me tranquiliza aunque rompan enfadadas. Y no me importa que el viento me despeine y que la lluvia me empape si después, mi única preocupación, fuera llegar a casa para secarme y ponerme a leer un rato en el sofá. Por ejemplo.


Pero me quedan varias gestiones burocráticas que hacer. Corro pegada a las fachadas, intentando guarecerme bajo las cornisas. Cuando llego al despacho, pienso que no he salido tan mal parada. Ciertamente, estoy empapada y me quedan horas de trabajo por delante pero nadie me ha dicho “vuelva usted mañana” en ninguna de las ventanillas que he visitado y he conseguido todos los papeles que, por hoy, me había propuesto conseguir.


Drama en un acto marzo 8, 2011

Posted by Marta in La vida misma.
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Dijo que no. Por enésima vez. Y fue su última palabra.

Movió enérgicamente la cabeza mientras pronunciaba con decisión el monosílabo. No. Y sin volver a abrir la boca, se quedó inmóvil, los ojos fijos en los de su madre -mirada arrogante- pero conteniendo las lágrimas al borde de los párpados, con los labios apretados y la respiración acelerada.

Ella rogó un poco más, tratando de acertar, para disuadirle, con las palabras más diplomáticas. Forzó la sonrisa que, cada vez, era más tirante y artificial hasta que se convirtió en una mueca distorsionada. La mantuvo unos segundos pero, al instante, endureció la expresión de su cara y la voz dulce de siempre se tornó grave.

Su monólogo se fue entorpeciendo mientras disparaba los pocos argumentos razonables que le quedaban en la recámara. Él se mantenía impasible. Después de un silencio incómodo, ella se dio la vuelta para marcharse al tiempo que las manos regordetas de su hijo pequeño golpeaban el canto del plato, catapultándolo al aire, mientras el puré salpicaba hasta el último rincón de la cocina.