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Corbata roja marzo 17, 2011

Posted by Marta in La toga como disfraz.
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Telefoneo un par de veces al testigo para hablar con él antes del juicio pero no descuelga. Me llama un rato después disculpándose por no haberme atendido:


– Perdona, estaba en el campo de tiro


Nadie, hasta ahora, me había dicho en la vida que no podía coger el teléfono por estar practicando “en el campo de tiro”. La circunstancia me cohíbe un poco pero le pregunto las cuestiones que me interesan para la vista, me responde amablemente y quedamos en el Juzgado treinta minutos antes del señalamiento.


– Me reconocerás fácilmente: llevo corbata roja y… -me resultan algo embarazosas estas situaciones: “llevo corbata roja” suena irremediablemente a “cita a ciegas”-. Llevo corbata roja y mido dos metros.


Me río: el dato de la corbata es absolutamente circunstancial y… prescindible. Pienso que tendrá que esperarme mirando al suelo si pretende ver mi metro sesenta justo.


A la hora en punto está allí. Y no se ha dejado en casa ni un solo centímetro de sus doscientos.


Las cosas marchan razonablemente bien, le doy las gracias por haber asistido y nos despedimos. Al salir a la calle, llueve a mares y sopla un viento tan fuerte que opto por mantener el paraguas cerrado: sin él, corro el riesgo de mojarme y salir volando pero temo que, si lo abro, pueda convertirme en la nueva Mary Poppins.


Las gaviotas sobrevuelan la ciudad. Es lo que ocurre siempre que hay temporal en la mar. No pueden posarse en el agua agitada, se aburren mirando desde el espigón del puerto, les resultan incómodos los mástiles de los veleros sacudidos por el vendaval y, por vigorosas que sean, las corrientes de aire desvían el rumbo de su vuelo. Aquí estamos más a resguardo, por eso se acercan. Se les oye gritar y se les ve, muy dignas, tiesas sobre las farolas o en alguna azotea.


En cambio, lo que a mí de verdad me gustaría es escaparme a la playa para escuchar el ruido de las olas porque me tranquiliza aunque rompan enfadadas. Y no me importa que el viento me despeine y que la lluvia me empape si después, mi única preocupación, fuera llegar a casa para secarme y ponerme a leer un rato en el sofá. Por ejemplo.


Pero me quedan varias gestiones burocráticas que hacer. Corro pegada a las fachadas, intentando guarecerme bajo las cornisas. Cuando llego al despacho, pienso que no he salido tan mal parada. Ciertamente, estoy empapada y me quedan horas de trabajo por delante pero nadie me ha dicho “vuelva usted mañana” en ninguna de las ventanillas que he visitado y he conseguido todos los papeles que, por hoy, me había propuesto conseguir.


Menores septiembre 29, 2010

Posted by Marta in La toga como disfraz.
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Después de la negociación previa al juicio, la abogado del menor salió de la sala por indicación del juez, para trasladar al chaval la propuesta de la Fiscal. Me pidió que le acompañara: al fin y al cabo, yo acudía en representación de la institución tutelar del muchacho que iba a apoquinar la pasta por su responsabilidad civil. Porque el “crío”, insolvente y a punto de caramelo de los 17 abriles, había dado un par de zurriagazos a una china, repartidora de comida china, para mangarle la moto y jugar “un rato”: derrapar por aquí, una carrera por allá… y terminó estozolado contra una farola, con el ciclomotor deshecho en mil piezas y el kubak con gambas y el cerdo agridulce desparramados sobre la acera.


Era el tercer señalamiento de la misma vista, suspendida en dos ocasiones por incomparecencia de la china -correctamente citada-. Esta vez, meses después de la agresión, Su Señoría acordó la celebración del juicio: nadie pudo dar con la mujer a pesar de las búsquedas policiales y, la verdad, los llamamientos en los estrados del Juzgado nunca sirven para nada. La pobre no se enteró o no quiso enterarse o no hubo forma de que se enterara y no reclamó personalmente por los daños y las lesiones que, tontamente, habrían formado una lista hermosa: imagino que un par de vistosos moratones, alguna contusión, la baja laboral, el coste del ciclomotor, la comida que se perdió, la imposibilidad de hacer repartos en una serie de días por lesiones y por falta de medio de transporte…


No recuerdo exactamente cuantísimos meses de libertad vigilada pedía la Fiscal al principio pero terminó ofreciendo, para el lumbreras, una pena ridícula; tanto, que su abogado no se lo podía creer. Pero es que, a diferencia de los juicios de primera hora, cuando aquélla se muestra implacable, cerca del mediodía, parece que está de rebajas.


Fulanito, no te vas a creer lo que me ha propuesto la Fiscal, de acuerdo con el equipo psicosocial. Es… buenísimo… increíble. Mira, en lugar de “cuantísimos meses de libertad vigilada”, ofrece unos días de trabajo en beneficio de la comunidad.


¡Chst, chst, chst, ey-ey-ey! Paaaaara, paraaaaa el carro, tronca… ¿Trabajo dices? Habrá que ver cuánto ¿no? porque, vaya, colega, igual no es tan molona la mierda ésa que dices y me agarro a la jodienda de la libertad vigilada.


Eran cincuenta días de trabajos: por el canto de un duro, por el canto de cinco céntimos de euro, y por no mover un dedo a favor de la “comunidad” que le sostiene mientras hace sus fechorías, estuvo muy a punto de optar por estrechar su margen de libertad. Supongo que para seguir dando por saco, en lugar de echar un cable en alguna parte e imagino que también para fastidiar lo más posible y evitar que los rufianes de sus colegas fueran a visitarle y a reírse cuando estuviera limpiando una fuente del parque, acompañando a algún anciano u ordenando libros en la biblioteca pública.


Hubo sentencia de conformidad.


Tal día como hoy abril 24, 2010

Posted by Marta in La toga como disfraz.
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Era jueves, hace dos años.
Fui a trabajar por la mañana. Cuando llegué a comer, la casa estaba llena de flores: rosas, tulipanes, calas… y aún no sabía cuántas sorpresas faltaban por llegar.
Había amanecido un día precioso, con sol y calor, que aun siendo de primavera, parecía vestido de verano. Lució brillante hasta que anocheció, y aún después, mientras se prolongaba la celebración hasta bien entrada la madrugada. Así fue el día que me colegié.

Me acuerdo de todo. De todo. Pero en especial, sin poder evitarlo, del instante en el que Enrique me apartó de los demás y, con aire misterioso, sacó del bolsillo de su chaqueta un saquito de fieltro atado con un cordel. Lo abrí torpemente, porque me puse tan nerviosa, que no acertaba a deshacer el nudo. Volqué el contenido en mi mano. Entre el asombro y la impresión, no supe qué decir.
Esto es algo que a tu padre y a mí nos ha costado muchos años conseguir. Toma, para que lo luzcas, al menos, con la misma dignidad que él
Cada día entreno para conseguirlo pero no sé si llegará el momento de mi vida en que sea capaz de alcanzar tal grado de dignidad, “la misma que él”.
Hoy, dos años después, es sábado. Me he levantado más bien tarde, después de una semana dura. El cielo está despejado, sopla un viento fresco y tengo muchas cosas pendientes. Deberes y placeres.
En este tiempo mi vida ha cambiado del todo y nada. Parece contradictorio pero es así. Recordaré el “aniversario” durante el día y aprovecharé para dar las gracias, como espero hacerlo cada uno de los que vengan, sin olvidarlo nunca, a todos los que siempre me ayudan y me enseñan; a los que me sostienen para que no caiga y me levantan, si resbalo; a los que me alientan en los momentos difíciles, a los que festejan conmigo las victorias.
Hace unos meses, Alfonso, gran amigo, me prestó su “tesoro-facsímil” favorito: “El alma de la toga” (Ángel Ossorio, 1922). Lo fui leyendo y, además de descubrir curiosidades de esta profesión antigua, pude sacar algunas conclusiones estupendas, como ésta:


“(…) La pugna entre lo legal y lo justo no es invención de novelistas y dramaturgos, sino producto vivo de la realidad. El Abogado debe estar bien apercibido para servir lo segundo aunque haya de desdeñar lo primero. Y esto no es estudio sino sensación.
De modo análogo veo el Arte. Todas las reglas de los técnicos no valen nada comparadas con el me gusta del sentimiento popular. La obra artística no se hace para satisfacer prescripciones doctrinarias sino para emocionar, alegrar, afligir o enardecer a la muchedumbre; si logra esto, llena el fin del Arte; si no lo consigue, será otra cosa -reflexión, estudio, paciencia, ensayo- pero Arte, no (…)”.


De bichos enero 24, 2010

Posted by Marta in La toga como disfraz.
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Cuando sube las escaleras del Juzgado, Enrique me encuentra esperando junto a la puerta de la sala de vistas, enfundada -de negro- en una toga enorme: no quedaban tallas pequeñas en el armario.
 
Agita la mano, saludándome. Le saco la lengua, pongo cara de aburrida y me soplo el flequillo.
 
Se ríe, da unos pasos hacia el ascensor. Se detiene, se vuelve con media sonrisa de pillería.
 
– Buena suerte, cucaracha
 
 
Durante el juicio, el letrado contrario miente con una resolución pasmosa, mirándome a los ojos fijamente. Se me revuelven las tripas. Alfonso, el Procurador que interviene conmigo, me da un par de ideas en voz baja. Me desahogo en el trámite de conclusiones con toda la crudeza que soy capaz de transmitir.
 
Al terminar, salgo de la sala y me alcanza. Con displicencia y cierto tono jocoso, dice:
 
– Eres más mala que el diablo, ¿sabes? Un mal bicho, eso es lo que eres
 
Sonrío ampliamente y me despido cortésmente, hasta la próxima. Ha conseguido que este asunto -nimio, por otra parte- se convierta en una cuestión de orgullo. Le he sacado los colores, le he desquiciado, voy a ganarle y su cliente tendrá que pagar mis costas. Por su culpa.
 
Cuando me marcho, coincido con Enrique de nuevo. Me invita a un café. Hablamos de todo un poco menos de trabajo. Sólo al final, me pregunta por el juicio. Le cuento.
 
– Me ocurre muy pocas veces
– ¿El qué?
– Sentirme una apisonadora
– Ésta es mi chica
 
Y cada uno, regresa contento a su despacho.
 

Verídico (II) junio 15, 2009

Posted by Marta in La toga como disfraz.
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Eufemismo (según la RAE): manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.

 

Problemas de acústica.

 

 

Será eso.

 

En mi vida había escuchado problemas acústicos tan eufemísticamente silenciados.